A veces converso con gente que odia a la iglesia, -quizá por prejuicio o quizá también con justa razón por experiencias personales malas y por malos testimonios- y se sorprenden cuando les digo: ¡yo también creo que la Iglesia tiene problemas, tiene errores y está lejos de ser perfecta!...basta que me mires a mi mismo para que descubras que soy el primero en estar lleno de esos errores y pecados que describes... Pero también se que a pesar de todos mis defectos, lucho día a día por ser santo y por estar a la altura del Plan que Jesús tiene para mi.
Así, desde el momento de su creación, la Iglesia es necesariamente defectuosa, por el mismo hecho de ser en parte humana y débil. Jesús lo sabía -y aún así elige a Pedro, luego de haberlo negado y arrancado cobardemente. Aún así lo elige, y le promete que Su obra prevalecería a pesar de todo, y que él mismo lo asistiría hasta el fin del mundo; que nunca lo abandonaría. Yo mismo, al ser parte de esta iglesia, se que a pesar de mis muchas caídas, tampoco me va a abandonar a mi, si soy capaz de levantarme y seguir luchando.
Cada uno de los que somos iglesia, no creemos ser el modelo de perfección o poseer la verdad. El modelo, y la verdad sigue siendo Cristo...nuestra tarea como Iglesia, a pesar de nuestros muchos errores, y hasta pecados personales, es seguir apuntando a la fuente, al principio, a la fundación; al ser humano pleno, al camino, la verdad y la vida, al origen de toda esperanza, de toda fortaleza, de toda alegría: el Señor Jesús