En una clínica conocí a un hombre mayor que en la guerra se había
dedicado a torturar y matar jóvenes para sacarles información sobre el
enemigo. Me describió como era el poceso de tortura: hincaba primero en
el estómago una navaja y bajaba hasta el ombligo, eso hasta que hablaban
o morían. Me dijo -con una sonrisa en la boca- que al principio le costaba
hacerlo, pero que al cabo de un tiempo y algunos muertos, llegó hasta a
gustarle su tarea. Incluso mató después a uno de sus compañeros tan sólo
porque no le agradaba. Luego de esa experiencia entendí que el mal es una
forma especial de enfermedad: es la única que nos convence de estar
totalmente sanos, creyendo que lo que hacemos en realidad es bueno.
Después de todo, el mal atrae porque siempre aparenta ser un bien...